Arquetipos, ironía y el sentido de la existencia: Reglas, usos y costumbres en la sociedad moderna, de Jean-Luc Lagarce.

Extractos de las ‘Notas de dirección’ publicadas en papel en la Revista ADE, nº 171, julio-septiembre 2018

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Cristina Yánez y Fernando Vallejo (directora artística y productor de la compañía zaragozana Tranvía Teatro y del Teatro de la Estación de Zaragoza) me proponen dirigir este espectáculo el pasado verano del 2017.  Es una propuesta especial que una directora te invite a dirigirla, te abra  su teatro, su ‘casa’,  te ofrezca su confianza. Cristina Yáñez quería volver al escenario con un trabajo unipersonal  el mismo año que Tranvía Teatro celebraba  su 30ª aniversario, por lo que a la producción del espectáculo se sumó la celebración de treinta años ininterrumpidos de actividad teatral. Decir que me siento muy agradecida por esta experiencia, sería decir poco. He tenido la fortuna no sólo de conocer de cerca el trabajo de C.  Yáñez y su compañía sino de haber podido desarrollar un proceso de creación e investigación sumamente enriquecedor y gratificante. Desde el inicio del trabajo, desde su planificación, la producción fue cuidadosa con los objetivos marcados y la coincidencia de criterios entre mi planteamiento artístico y los de Tranvía Teatro propició un ambiente afectuoso y relajado; un ambiente que motivaba la indagación, las preguntas, el intercambio y el desarrollo de propuestas artísticas que habrían sido impensables si las circunstancias hubieran sido otras.

El proceso se desarrolló en una primera fase entre Zaragoza y Madrid (viajaba Cristina o viajaba yo) y en la segunda y más larga, en Zaragoza, donde todos los ensayos se llevaron a cabo en el Teatro de la Estación.

El equipo artístico se configuró con colaboradores habituales de Tranvía Teatro o míos (en el caso de Silvia de Marta, de ambos) respetando un sano equilibrio Zaragoza-Madrid. Vaya por delante mi agradecimiento a cada uno de ellos:

A Silvia de Marta, diseñadora de la escenografía y el vestuario, cuyo trabajo ha sido clave para investigar y desarrollar  una propuesta estética y estilística de una enorme potencia visual y totalmente ajustada a las intenciones ideológicas y emocionales que estábamos manejando.

A Javier Anós, diseñador de Iluminación. A Fernando Nequecaur, compositor y diseñador del espacio sonoro. A Alfonso Pazos, creador de los videos de escena. A Ana Bruned, encargada de la caracterización. A José Ramón Bergua, director técnico de Tranvía Teatro, a todo el equipo de Teatro de la Estación, especialmente a Cristina Fernández de Vega, ayudante de producción. Un equipo ejemplar, al que agradezco cada propuesta, cada aportación, cada corrección y el cuidado con el que han tratado cada detalle.

Y gracias -infinitas-  a Fernando Vallejo y a Cristina Yáñez, que han sido  los dos el alma, y ella, además, la palabra y el cuerpo (nunca mejor dicho) de este hermoso proyecto.

SOBRE EL TEXTO

                                             «Nacer no es complicado. Morir es muy fácil. Vivir entre estos dos acontecimientos no es necesariamente imposible. Basta con seguir las reglas y aplicar los principios para lidiar con ellas […] Apoyándonos en el libro de la corrección, la costumbre  y los buenos modales, siempre nos portaremos bien, estaremos bien, no arriesgaremos nada, nunca tendremos miedo. » (Jean-Luc Lagarce, sobre Reglas, usos…. Traducción de Fernando Gómez Grande)

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Jean-Luc Lagarce (1957-1995) escribe Reglas, usos y costumbres en la sociedad moderna en 1994, a partir de un manual de urbanidad publicado en Francia en 1889 que se había convertido en todo un best-seller en la época: Usages du Monde- Les regles du savori-vivre dans la sociémoderne, firmado por la Baronesa Staffe, colaboradora habitual de periódicos populares y autora de otros títulos como La Femme dans la famille (1900) Les Hochets féminins : les pierres précieuses, les bijoux, la dentelle, la broderie, l’éventail, quelques autres superfluités (1902) que eran fundamentalmente guías de comportamiento destinadas a un público femenino. “Baronesa Staffe” era el seudónimo de Blanche-Augustine-Angèle Soyer, una señorita de la burguesía, pero no aristócrata, que disimulaba bajo su sobrenombre su verdadero origen social, ya que necesitaba usar el título nobiliario para dar credibilidad a sus preceptos porque representaba el signo más manifiesto de pertenencia a una clase social que era referencia en materia de etiqueta y decoro

Los manuales de urbanidad proliferan en Europa, especialmente en Francia, desde finales del XVIII y durante todo el siglo XIX, con un claro afán de “diseñar” -por decirlo de alguna manera- un modelo de hombre o de mujer definido a través de una serie de normativas que condicionan su comportamiento social. Su popularidad coincide, además, con momentos históricos donde las ideas de ‘progreso’, de ‘modernidad’, de ‘fortalecimiento de una nación’ potencian la necesidad de la creación de un nuevo hombre o mujer que responda de manera positiva a ese canon de pensamiento, ideología y comportamiento en sociedad. Se trata, de alguna manera, de crear una programación mental que se traduzca en un ordenamiento de las acciones, decisiones y movimientos tanto del individuo como de la estructura social.

Lagarce, ya enfermo de SIDA cuando recibe el encargo de escribir sobre este material, realiza una poderosa y exigente propuesta textual, donde la ironía, el humor negro y  la crítica social se entremezclan de manera brillante y dolorosa con una profunda reflexión sobre el sentido de la existencia. Lagarce desgrana minuciosamente, desde el nacimiento hasta la muerte, los pasos que vamos dando en nuestra vida en sociedad y apunta, sin nombrarlo, lo que ocurre cuando nos salimos del guión: la exclusión, la no pertenencia, el dolor de la exclusión. Lo hace a través de un único personaje, La Señora, que funciona como un arquetipo y que encierra en sí todos los contrarios, la una y la otra posibilidad: es la aristócrata y la pobre de solemnidad, la mujer de mundo o la solterona ensoñadora, la aceptada y la repudiada, la dama o la puta, ella y él… La palabra, la retórica, se erige en protagonista absoluta y en verdadera conductora del viaje vital propuesto por el autor y es por ella y a partir de ella -de su construcción, de su encarnación física- por lo que se activa el motor de la acción  y de los elementos escénicos que determinan o acompañan el recorrido entre el nacimiento y la muerte al que nos invita el autor.

SOBRE EL ESPECTÁCULO

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Apoyándonos en la idea de “programación mental” y siguiendo el diálogo con la Historia ya iniciado por Lagarce a la hora de elaborar su propuesta (no olvidemos que se trata de un manual del XIX) nos planteamos las posibilidades de cómo afrontar este texto hoy y cómo invitar al espectador de hoy a dialogar con preceptos o situaciones que podrían parecer, en un primer vistazo, anacrónicos o ya superados.

Tanto a Cristina como a mí nos inquietaba particularmente la idea o visión de la mujer que pudiera proyectarse en el escenario, ya que, como mujeres, consideramos que vivimos un momento histórico delicado:  por una parte parece reafirmarse la idea de igualdad en el ámbito de los sexos;  por otra,  parece imponerse una regresión a tiempos pretéritos, que puede llevarnos de manera peligrosa a que el excesivo proteccionismo demandado por determinados colectivos  nos conduzca a una nueva  reclusión  y a que  la negación de la libertad de la mujer, como ser  individual, se justifique como un mal menor frente a los males que pudiera acarrearle ser víctima del machismo o del sistema ‘heteropatriarcal’ dominante. Esta sociedad regresiva, enferma, enraizada en el aprovechamiento hipócrita de la indefensión de la mujer frente al acoso masculino -alimentada, cómo no, por el poder-  es la que determina  la distopía ideada por Margaret Atwood en  El cuento de la criada  (me refiero concretamente a la novela, que se ha convertido en un best-seller en los últimos años aunque se publicó en los -80) y que además de inspirarnos en algunos momentos nos sirvió para establecer paralelismos entre las ‘normas’ y los ‘usos’ que reconocemos como nuestros y los que están tan arraigados en nosotros que nos pasan inadvertidos y no somos capaces de ver.

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No sólo la mujer es víctima de las ‘reglas y usos’ en el texto de Lagarce. Al binomio hombre/mujer (primera ‘norma’, primera ‘regla’ impuesta) se  suma el concepto de ‘clase’, tan discutido pero tan presente en la sociedad actual: «Si eres pobre, mejor que no te ofrezcas para nada: ni padre, ni padrino, ni pretendiente… Es mejor.»  Si eres pobre, estás fuera. Si eres pobre no eres nada dentro de la estructura social. El valor social del dinero, el precio que tiene cada cosa, el precio que pagas por cada cosa -también en sentido figurado- era otro de los parámetros que me interesaba subrayar en la puesta en escena.

Propuse al equipo realizar una lectura futurista de la pieza: situarnos, por ejemplo, en el 2186, e imaginar que han desaparecido modas o ritos y se han recuperado otros desaparecidos hoy… Establecer un diálogo con el XIX, el XX y el XXI e imaginar también desde el punto de vista de la plástica qué elementos podrían mantenerse, qué materiales definirían los nuevos tiempos, qué espacios, qué entornos nos caracterizarían. No se trataba de llegar a un resultado y decir “vamos a contar al público que estamos en el siglo XXII o XXIII” sino  plantearnos un juego de creación que nos permitiera relacionarnos con el pasado y con el futuro desde el humor y/o el horror, donde pudiésemos probar, desechar o seleccionar y nos situase lejos de la exigencia de hacer “teatro contemporáneo” como si fuese algo muy serio y no el acto liberador, provocativo y jubiloso que supone dialogar con el público de tu tiempo sobre cuestiones que afectan a tu tiempo y que, a menudo, afectaron también de una u otra manera, a los tiempos que nos preceden. Como he comentado antes, Lagarce realiza una propuesta textual, literaria, muy poderosa, que exigía, a mi modo de ver, una propuesta escénica estética que potenciase y/o acompañase a la palabra. Había que crear, además, un personaje con una definición externa importante, ya que se trata de un único personaje y había que configurar un marco adecuado para que se desarrollase la acción. La ciencia-ficción nos abrió el camino y a partir de ahí comenzamos a diseñar y concretar la propuesta escénica final.

Las configuraciones estéticas que manejamos tienen que ver con los momentos históricos apuntados en el texto (Romanticismo, XIX, Neoclasicismo, siglo XX), los que proyectamos en  el presente y futuro (códigos binarios, programaciones, la máquina, las texturas metálicas o plásticas, etc… ) y con las connotaciones filosóficas de “sentido de la existencia” intrínsecas en la obra: Frente a la frialdad del pensamiento racional que dicta cómo deben hacerse las cosas, queríamos contraponer la carnalidad del ser vivo, del humano,  del que se ve obligado a hacer las cosas: de ahí la necesidad de contar con elementos naturales (manzanas, frutas, flores, hojas, vino…) que contrastasen con las superficies frías de aluminio y plástico y con los objetos lumínicos.

Como casi todo el teatro contemporáneo, la propuesta de Lagarce tiene algo de performativo. Es un solo, en el que el texto está muy medido, como una partitura; sin embargo, hay algo que escapa a toda medida y que tiene que ver con el cómo ese texto, extremadamente largo -y debe serlo- afecta a la carnalidad de la actriz cuando lo dice, cuando lo cuenta, cuando lo expresa. Todo lo que ocurre, toda la acción, deviene del hecho de decir el texto. Y esto, que quizá expresado así, resulte poco interesante, ha sido, sin embargo, una de las piezas fundamentales en el trabajo de interpretación y de dirección. Todas las construcciones previas han ido encontrando su razón de ser, su salida expresiva, cuando era el texto el eje dominante y no la forma exterior ”impuesta”. No me refiero a una cuestión de sentido (el sentido del texto) sino a la forma física del texto (palabra y construcción formal de la palabra).  Que esa forma física sea larga -o extremadamente larga- es en muchas ocasiones el quid de la cuestión, porque si tratas de ‘acortar’ o ‘resumir’ , acortas o ‘resumes’ lo verdaderamente importante, en mi opinión,  del sentido último del texto: no se trata de enumerar o de dar a conocer determinadas formas de costumbres o cortesía sino de experimentar lo que una formulación retórica de una serie ininterrumpida de  formas de cortesía provoca en el ser humano que las aprende, las dice,  las rechaza, las escupe, las repite,  las aprehende.  Ninguna de estas formulaciones, ninguna de estas reglas, ninguno de estos usos, ninguna de estas costumbres sirve, ni ha servido, ni servirá para que podamos evitar la muerte.  Esta es la ironía de Lagarce y ahí subyace la profunda amargura de la obra.

Hay que tener muy buena técnica, mucho dominio escénico, mucha sabiduría teatral para enfrentarse desde la interpretación a un texto como éste. Hay que tener vida, sentido del humor, experiencia y altas dosis de energía para manejar los hilos de esta función durante hora y media frente al público. Hay que tener una fabulosa voz, estar en plenas facultades físicas. Hay que tener mucha sensibilidad, entrega, disciplina, coraje, para hacer el trabajo que ha hecho Cristina Yáñez. Un trabajo minucioso y comprometido que ha pasado por dos grandes fases: la de ensayos y la del encuentro con el público; un encuentro muy celebrado, que amplió, lógicamente, su percepción sobre la pieza y sobre las posibilidades de la misma. Pude ver la función hace unos días, la última de las representaciones en Zaragoza y disfrutar de cómo había madurado, asentado y crecido en su relación con los espectadores. Espero poder disfrutar muchas más y espero que sean muchos los espectadores que la disfruten.

                                          «Estar en la Ciudad, estar en medio de los demás, tener el derecho inmenso de poder hablar, ser responsable de este orgullo, ser consciente de mi fuerza. No temer mi propio desequilibrio y mis dudas.                                                                                                                                                                                                                      Contar el Mundo, mi parte ínfima y miserable del Mundo, la parte que me corresponde, escribirla y ponerla en escena, construir apenas, una vez más, su fulgor, su dureza, decir con lucidez su evidencia. Mostrar en el teatro la fuerza exacta que a veces nos arrebata eso, exactamente eso, los hombres y mujeres tal como son…»         

(Extracto de «Del lujo y la impotencia» de Jean-Luc Lagarce. Traducción de Fernando Gómez Grande)              

Aitana Galán. Mayo del 2018, en Madrid.

Información sobre Lagarce: Lagarce

El libro, editado en castellano: Reglas, usos y costumbres…

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